CRÓNICA 25
Las golondrinas en la baranda del balcón, dan algo al aire, y dan dentera al gato que las mira imposibles. Me entusiasma la fragilidad, entre cielo y golondrina. Siempre supe que venían desde el horizonte, a la ronda de un juego azul; que mi prima Perla, espera año tras año en el jardín, contando con algo que le dicen las rosas.
Los pirinchos cuando pasan, se desprenden de la bandada y se detienen cerca de la baranda del balcón, en el jardín de Perla. Dos de ellos, se acercan tras los pedacitos de carne picada, ella los criaba después del viento, que los perdió del nido en el ceibo; se acostumbraron a ella; y luego que se fueron, porque tenían alas para ir al horizonte, no olvidan el nido antiguo en el ceibo; volvían a saludar a Perla que crecía con ellos,; crecía hacia el cielo, donde esperaba algo de la s golondrinas.
El prometido de Perla, es un detenido de la dictadura, en manos de los artilugios del Botas Negras y el cabo Sixto Mandacarú. Ella no sabe del detenido, es una situación donde nadie sabe; lo desaparecen de la vidriera pública para decidir en la marcha; se demora el recado, que esperan llevar las golondrinas a Perla; las espera, y ellas alborotan la baranda del balcón y la dentera del gato; Perla las mira y se vuelve hacia las rosas del jardín.
Pedro Jonas, compañero del prometido de Perla, descubre la voz del cabo Sixto Mandacarú. Su voz en el accionar de la tarea es cosa que impone lo próximo. El cabo Sixto Mandacarú cumple su turno de guardia, como asistente del Botas Negras. Ellos se crían y el diablo los junta.
El cabo Sixto Mandacarú habla, está inquieto, sale de su parquedad de observador nato de futuros cadáveres; comenta la envidia que siente por su primo, la sana envidia de mejorar. Mi primo trabaja y le recompensan con los esqueletos, que vende a los estudiantes de medicina; en la Argentina el milico tiene futuro; no es como aquí, que hay que esconderse porque nos rechazaron con una huelga general; allá, me cuenta mi primo, sale la patrulla y caza gente sentenciada; y la balacera, si hay que hacerla se hace sin problemas; matan en el lugar, da sana envidia esa libertad que tiene el milico allá y nos falta aquí. Súbitamente el cabo Sixto Mandacarú cambia el tema, y conversa lo que lo inquieta, conversa de la inmediatez de la tarea que realiza con sus manos.
-Mi oficial. -pide permiso Sixto Mandacarú.
-Si mi cabo. Dice el Botas Negras autorizando al cabo.
Desde mi lugar dentro de la capucha, colgado de las manos atadas a la espalda; con los dedos de los pies a ras de tierra, en punta de pie; escucho y me digo, las cosas que tienes que escuchar, Pedro Jonas.
-Es la primera vez, que veo a uno de estos, que no grita. –dice el cabo Sixto Mandacarú, refiriéndose a uno de nosotros.
Por el tono de la risa parece que lo desconcierta al Botas Negras.
-Deje que pruebe, mi capitán… quién lo dice. –y piensa en el trabajo más sencillo de su abuelo Mandacarú, quien despenaba degollando a los prisioneros.
-Qué hijo de puta, me digo al escuchar el grito, que grita y la que grita es una mujer; como que me llamo Pedro Jonas, mi vida adquiere el sentido de contar y contarles, para que sepan cómo hacen gritar a esta mujer.
Esos tonos de gritos, novedosos para el cabo Sixto Mandacarú, evidencian que se puso en tarea de hacer gritar, y escuchar el grito de la mujer que no gritaba, pero la experticia del cabo Sixto Mandacarú, le arranca el grito desde las entrañas.
Se aproximan sin que los perciba. El Botas Negras o el cabo. El botudo es cosa seria cómo aprende con su asistente, el cabo Sixto Mandacarú. Otra vez retoca la piola, que me cuelga de los brazos retorcidos; y mi interlocutor interno, triste tan triste, me dice que nunca me había oído gritar así.
(del libro que escribo desde el título “NOCHES SIN CAMPANAS")
JORGE JESÚS
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