La Radio del Gato

domingo, 11 de abril de 2010

INCLINACIONES DE MANDACARÚ - Jorge Jesús

CRÓNICA 18


En la zafra de duraznos mamá hace botellones de licuados, mejor dicho durazno hecho puré, ya que no había licuadoras en casa, ni siquiera luz eléctrica. Leíamos a candil y lámpara de querosene, y leíamos hasta la madrugada en los libros gordos de papá.

Los gallos de riña entretenían el tiempo libre de papá, les contaba los granitos de maíz, los masajeaba con mejunjes de su conocimiento y los variaba atados de una pata, verdeaban en el pastizal y cada tarde los lanzaba a la gallera. Les ataba las púas, peleaban con guantes y piquera para que no se lastimaran, y papá elegía el giro que más le gustaba para componer el mejor gallo.

Mi hermano andaba amargado. En la punta del campito una vecina encontró muerto el ternero que criaba mi hermano. En el cogote los dos agujeros mostraban el tamaño de la yarará. Víbora grande por los colmillos que sellaron el veneno. Acaso las inundaciones desparraman yararás de las llegadas del San Francisco. No todo fue desgracia, los perros se hincharon de comer la carne tierna del ternero. El veneno paraliza la respiración del ternero, lo ahoga y lo asfixia, ya a los perros no les hace ni la cola, y lo comen peleándose entre ellos.

El bichito pastaba, comía su pastito y no vio a la yarará que se alarma, se enrosca sobre sí misma en anillos sostenidos en la cola, y al centro de ese rollo de yarará, eleva amenazante la cabeza y los colmillos, amenaza sostenida por un tercio del animal en estado vertical, y lanza el bote y muerde y se duele el ternerito que se paraliza y asfixia.

Mamá nos convida con el licuado frío de durazno como para elevarle el ánimo a mi hermano con su duelo por el ternero. El barrio se alarma por la presencia de la yarará en el pastizal. En las mañanas después del sereno nocturno sobre el rocío del pasto se ven los caminitos, las huellas de las víboras, pero no se nota ninguna huella de yara grande; mamá decía que se ha ido asustada de tanto alboroto. La vida y la muerte en la naturaleza retoma su equilibrio y los vecinos se tranquilizan.

Entre humanos la muerte por asesinato planificado o no, como sucede entre los que se mueren torturados es algo contra la naturaleza; siempre es un crimen injustificable como cualquier crimen; y sabiéndolo, nos aterroriza estar rodeado por los colaboradores de la muerte ajena.

Con mamá bebemos del licuado a satisfacción compartida, y mi hermano inicia el olvido y juega. Y yo no puedo olvidar mi sed.

Con agua me arreglaría la boca, para empezar mojaría la lengua seca. Tengo seca la boca, y nadie quiere darme agua. El cabo de guardia es Mandacarú, quien hace cumplir la ordenanza del plantón sin agua. Mamá siempre dice que este Mandacarú es de cuidado, es el peor de la familia Mandacarú.

Elas nos decía por lo bajo, “A Eduardo lo tiene guardado el cabo del ejército Sixto Mandacarú. Y para colmo es el mismo cabo que revista en la guardia de prevención.

El cabo Sixto quería un esqueleto de los que gustaba coleccionar Hitler. Distinto. El abuelo de los Mandacarú conserva las vinchas coloradas que usaban los hombres que le ordenaron degollar. Y en las discordias del tiempo personal desde otra revolución “La Orden Debida” era de los colorados y comenzaba para él una colección de vinchas blancas. El abuelo Mandacarú era respetado por sus jefes, debido al oficio de verdugo.

Prolijo, nunca hacía sufrir a un despenado; el cuchillo siempre afilado cortaba más rápido que el tiempo de la mueca de espanto del condenado. Su premio sobre el salario era el permiso para apropiarse de prendas vencidas, como las vinchas que coleccionaba. Y los nietos como Sixto, siempre admiraron al abuelo Mandacarú, orgullosos de la colección de vinchas heredadas. Pero el cabo Sixto Mandacarú tenía fama de ser peor que el abuelo para tratar a los detenidos. Es de cuidado su vehemencia por coleccionar esqueletos distintos como los que apreciaba Hitler.

Judío y comunista. Un regalo de la cotidianidad para el cabo Sixto Mandacarú. Le encantaría coleccionar sus huesos. Y no era ficción, sino algo posible.

Busca y encuentra en la porfía del honor de Eduardo, el motivo para llevarse la vida del detenido.

Elas insiste, Eduardo es trofeo del cabo Sixto.

Esperemos Irina que mi estatura y mi nombre Pedro Jonas no le convenga. Acaso en su colección ya tiene huesos de mi complexión física.

La colección no es de Mandacarú. Él los elige para desaparecerlos, y es encargado de su conservación por encargo perverso, de una variante de las logias sombrías, de “La Orden Debida”.

Ese que se queja ha de ser Simón. De qué te quejás, si estás aquí por judío y comunista. –dice un voluntario de la sombra.

Sí, aquí estoy, por judío y comunista… dice Simón y se pierde entre ruidos que lo acallan con el método que elige el soldado de turno.

Se divierten y pegan como si recién empezaran. Los dueños del páramo, dueños de agonías, buscan huesos. Somos los trofeos, compiten entre ellos. Incertidumbre al no saber cómo sigue nuestra estadía en el laberinto de la bestia.

Mi agonía es la sed. No te achiques hombre, que tienes el nombre para que tu madre te llame Pedro Jonas.

No saber de donde vendrá el golpe es un golpe múltiple.

Otra vez pega el que estila no repetir el lugar del golpe. Es el que ausculta huesos. Avalancha de ruidos, Vienen otros, relevan la guardia de Mandacarú.

Si mamá me alcanzara agua le daría un beso, pero estos no dejan de cultivar la planta de la sed donde brota el dolor de las palabras pidiendo agua.


(del libro que escribo desde el título “NOCHES SIN CAMPANAS")
JORGE JESÚS

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