CRÓNICA 23
Un oficial le denomina “el gancho”: ahora te espera “el gancho”. Me desconcierta destinándome “al gancho”. Jerga siniestra de las Fuerzas Conjuntas de La Orden Debida. Ahora vas a probar “el gancho”. Qué te parece, cómo te arrastran Pedro Jonas; a los brutos les encanta cumplir “La Orden Debida”.
Número cuelgue al detenido.
Si señor oficial. Y el soldado me cuelga y ahora sí el grito tiene un fundamento en un dolor terrible. Al colgarme de las manos atadas a la espalda los brazos tienden al desgarro en todo su recorrido de brazos, manos y axilas; ahí radica el dolor punzante. La técnica consiste en una piola y un verdugo que lo haga, que me cuelgue con los brazos al revés, retorcidos al elevar el peso del cuerpo, quedando cerca del suelo los pies, tocan y no tocan el piso, y verdugos sobran y cuelgan a gusto.
Se acerca el oficial interrogador, usa botas negras de caballería según la conversación de los soldados de infantería, que cuchichean su aburrimiento, cuando el oficial no está cerca de ellos; se burlan del porte alto de cara colorada del hombre, transformado en torturador de rango.
Sepan que aquí se aprende, la tortura se descentraliza; el batallón de infantería donde es torturado este servidor, Pedro Jonas, tiene cuartel de invierno y verano en Paysandú. Pedro Jonas es detenido una semana después de la muerte de Ivo el obrero portuario. Torturado y muerto Ivo es velado por su madre a una cuadra de mi casa en el barrio en su casa, cerca de la cancha de Estudiantil; sepulcral el silencio anticipado, a cajón tapado con custodia militar hasta el lugar que lo sepultan.
Cómo no vivir el miedo y caer en pánico si son criminales, uniformados con la ropa del batallón de infantería de “La Orden Debida”, son los mismos que me tienen en sus manos. Si matan son asesinos, y ellos matan, mataron gente atada y encapuchada como el obrero Ivo mi vecino y amigo de mi padre.
Ivo fue detenido con otros portuarios, por una medida gremial; se negaban a descargar un buque en el puerto de Paysandú, reivindicando la reposición en el trabajo de cinco portuarios despedidos. El interrogador avala sus palabras de amenazas con su experiencia de hace unos días, -ya te enteraste que tu amigo Ivo salió del cuartel con los pies para adelante, te puede ocurrir lo mismo si no colaboras con la justicia militar. Y cómo no creerle, si el oficial lo dice desde su graduación de mando, de las Fuerzas Conjuntas de La Orden Debida.
No supe y se me fue el hombre en el tratamiento de la justicia militar, dice el cabo de guardia refiriéndose al momento de la muerte de Ivo, dando indicios de negligencia con que fue tratado; indica lo preciso que hay que ser en la orgánica del castigo; cuenta canchero su experiencia a los novatos en el equipo de torturadores sanduceros, tan sanduceros que con algunos de ellos, jugaba a la pelota después que salíamos de la escuela 1 de la maestra Helena. Charlan y toman mate en la guardia de este método, con el cual tratan a su servidor Pedro Jonas.
Estoy gritando el desgarro que me produce la pregunta del oficial que dice –eres un bolacero ya no se te puede escuchar, y tironea de la piola y desgarra y grito el bolazo de la naturaleza humana el bolazo de una letra que grita la palabra rota, gritar el dolor origina el grito que desgarra la palabra.
Grito que oigo como espectador de mis actividades biológicas retorcidas en una piola con un gancho y una rondana. El asistente del oficial me cuelga y descuelga atado de las manos desgarradas. Y cuelga y descuelga y grito y grito mi grito que escucho con bronca.
Cuelga y descuelga y tensa colgando el peso del cuerpo de este servidor Pedro Jonas que quiere alivianarse con el grito y grito. Parece que el asistente, un cabo de la banda musical del batallón juega y aprende las variantes según la tonalidad del grito y ríe el oficial a mi lado. Moldea los desgarramientos, me desgarra y afina los gritos de mi garganta el cabo asistente, el mismo que afina el himno nacional en la banda del batallón, músico de un celoso oído que juega a afinar en mi garganta.
Con sonrisas sonoras el oficial tira de la piola un poquito más y pierdo el cielo que se vuelve furia en mis gritos. Tanto colgar y desgarrar, los gritos de mis gritos descorren un poco la capucha. El oficial alto, corpulento de cara colorada y botas negras de la caballería, con una frente alta, y cabello castaño. Me encara y cierro los ojos por saberlo.
-Si miras te enterramos vivo con cal viva en el medio del campo.- dijo y de un manotón cerró la capucha. Y le creí a pies juntillas. Era hombre decidido que cumplía su palabra, como decía el silencio del cajón velatorio de Ivo.
(del libro que ESCRIBO desde el título “NOCHES SIN CAMPANAS")
JORGE JESÚS
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