CRÓNICA 29
Hay instancias entre la vida y la muerte, en que se nos abre una ventana y no la sabemos cerrar, queda abierta para cruzar en los sueños o en la propuesta que abre la luna al crecer. Nuestras manos no alcanzan para escribir y pintarla. Es una ventana del tamaño de nuestra silueta, y una vez abierta solo la duda puede con ella.
Comparto del encantamiento, el vitral extraño que asombra el cuento que nos traen las estrellas, y nos dicen quienes son, y al mirar en la diagonal leemos dos carteles del nombre, vida y muerte.
En esta diagonal hay que rumbear hacia un lado u otro. Yo sé lo que quiero, voy por el camino de Pedro Jonas, El Botas Negras me quiere llevar por la otra calle de la diagonal. Dicen que las dos llevan a la vida, pero por las dudas elijo vivir el cartel de la vida.
Golpean un disco de acero contra el hormigón del suelo, forma que tienen de avisar que llegan a su trabajo, y alerta espero. No transcurre mucho tiempo, mas bien enseguida me toman de los dos brazos y me conducen, fuera del garaje de vehículos militares, caminamos unos pasos a la intemperie, que se denota por el aire entre los árboles; gritan una orden y a paso ligero; significa que me arrastran rápido. Se nota que el señor oficial de guardia, no está con humor de esperas.
El oficial, El Botas Negras ordena, los quiero desnudos; sin ropa, solo la capucha es mi vestimenta textil, más un temblor de miedo recorre mi coraje de vivir.
Qué te parece Pedro Jonas, vivir entre estos carniceros, dice burlón mi interlocutor interno; y yo lo miro mientras él está al lado de la ventanita entre nosotros y la nada. Sabes que la ventana abierta interactúa entre el aquí y el allá. Acaso el que cruza de un lado al otro sea el sueño. Y el olvido quizá sea memoria perdida, del otro lado de la ventanita.
Entre la vida y la muerte, es dable aceptar, a los que piensan que ahí queda una especie de encantamiento; autorretrato de la silueta en la ventana; un vitral donde se cuelan estrellas, que dejaron la muerte cuando dejaron de ser; y siguen vivas, son autorretratos de estrellas; que elegimos para ser errantes en sus guías extrañas; conformando estadías en ventanas, universo a la hora ilusa de las mañanas.
No obstante, ante las dudas de mi interlocutor interno, tenemos un consenso radicado definitivamente en nuestro nombre, Pedro Jonas, al que apreciamos y le deseamos ,que logre cumplir con nosotros: que logre cumplir la navegación por la vida de aquellas lunas que, no olvidamos, son nuestras prometidas al nacer.
Y el que manda desnudar a Pedro Jonas sigue en lo suyo. Siéntate que aquí te aflojas y vas a aflojar carajo. Dice triunfante el Botas Negras, un oficial del ejército, el torturador de rango. Desnudo, sentado en una silla metálica y mojada, mojan la silla y mi cuerpo de un baldazo y se burlan. Por el sonido con que absorben, a de ser espuma de cerveza, que chupan a mi lado para jugar con mi sed.
El del baldazo me pone algodones en los intersticios de la capucha, por las dudas, no sea que les vea la cara, y cara a cara el futuro es distinto. El del algodón, al hablar, muestra ser el mismo media lengua, que se comía algunas letras de las palabras en la escuela.
En la jardinera de la maestra Helena, nos sentábamos en la misma mesita escolar; jugábamos a la escondida en la escalera de caracol de la escuela 1, allá en avenida Brasil y Perú; donde comienzo a leer y escribir una frase, con una flor que no encuentro.
No sé qué flor era; todavía la ando buscando en la memoria de Pedro Jonas; quien leía parado en medio de la clase; Pedro Jonas de memoria encantada, se deslumbra con la lectura en el pizarrón. Él, el que me arregla la capucha, iba a casa a jugar después de clase.
Todavía pronuncia aquellas palabras, a las que no le podía incluir la letra que le faltaba, todavía se come las letras al pronunciarlas aquí. Es mi condiscípulo y vecino, el mismo desde aquel juego en el campito con pelota de trapo, el mismo que ahora juega con unos cables y un burro de arranque a manija; con que generan la patada eléctrica de forma continua.
Aplican esa electricidad sobre espacios elegidos de mi piel, donde duele más. Es así la aplicación casera de la picana, improvisada en el cuartel de infantería del batallón de La Orden Debida, que gobierna así a los vecinos de Paysandú.
¡En qué lugar, vengo a conocer los aprendizajes de mi condiscípulo! Luego en un momento, desmayan a Pedro Jonas que ingresa al sueño levísimo. Qué pesadilla Irina, quiero un vaso de agua, no una botella; dile a mamá que traiga agua en la jarrita.
(del libro que escribo desde el título “NOCHES SIN CAMPANAS")
JORGE JESÚS
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