Detrás de los
cristales hay demasiada quietud. Debajo de mi ropa no siento la piel. Vuelvo la
vista al exterior, todo pareciera renunciar. Renunciar…y, ¿a qué se podría
renunciar? Acaso, ¿queda algo a lo que no resignarse? Por el camino que va a
mis ojos no llegan más que alusiones. Todo se halla rodando en un equilibrio
extraño. Impávida, indiferente, comienzo
a quitarme la ropa, hasta sentir mi desnudez depender de ese sosegado bamboleo.
Algo tiene que suceder para sacarme de esta evocación de vacío. Emigro, halando
los miembros, hechizada por el circunscrito infinito que mira embrujando mi propósito.
En un desatino, el gorjeo de un pájaro detiene mi vuelo y nuevamente me
esclavizo a la tierra y a la ceguera del día.
Jan Kaa
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