12 de junio, 2012:
Donde se dejan explicitas razones que
demuestran que algunas distancias y cuestiones matemáticas pueden acortarse,
variar e incluso desaparecer, bajo el influjo de las ensoñaciones del
motociclista Amadeo Pastor del Venero
A veces uno siente el irrefrenable deseo de
que un cura y un barbero se ocupen del grueso archivo de nuestras memorias, que
descarten lo descartable, que una mujer supersticiosa lance por la ventana del
olvido los volúmenes inútiles de nuestras peripecias humanas. No estamos locos,
todavía. O quizá lo estamos de una forma maligna de la domesticación y el
desgano. No lo sé. Para mí, cada trayecto es un dechado irregular de falacias
conocidas; el repaso obsecuente de la historia confusa de mis emociones. Voy, absorto
en un porvenir incierto, con los guantes apresando la empuñadura del
acelerador; convencido, fatalmente, de que ese avance, a 70 kilómetros por
hora, ocupa un lugar rutinario y desabrido dentro de aquel paquete de embustes grotescos,
folklóricos. No voy a ningún lado, me digo. Mi viaje, en todo caso, nunca se
corresponde con mis pasos, con la circulación estrepitosa de los neumáticos.
Dejo de pensar y comienzo a buscarme. ¿Dónde estoy? En qué remoto espacio del
infinito sobrevuelan mis ilusiones. Para Tomás Moro, aquel lugar podría ser la Utopía ; a mí me
desconciertan las nomenclaturas. Los canutos del sorgo cosechado fingen un
oleaje apacible, rosado. Me encuentro (me desprendo de la carga plomiza de los
recuerdos) y alzo vuelo. Ya nos soy el que va
acaballado en esta moto. De un modo recio y científico, se podría decir
que desvarío, pero no es de alarmarse, en breve surgirán los semáforos, las
bocinas chillonas, los gritos, para depositarme de un guantazo en el cuadrilátero
ruin, antipático, burlón de doña realidad. Y para colmo de sorderas y tonteras,
sin ínsula y sin escudero.
Amadeo
Pastor
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