Un campo amplio de escritores, no todos de igual importancia, llaman la atención del público sobre la poesía. En algún caso, como Mendilaharsu, tuvieron un prestigio grande y poco duradero. En otros casos fueron esforzados editores de revistas, a las que dedicaron innegable y largo esfuerzo; como, en primer e indiscutible lugar lo fue Julio J. Casal, editor de "Alfar", en Galicia primero, en Montevideo después, desde 1925, hasta su muerte.
Hizo una famosa Antología; pero su generosidad desmedida, pretendiendo incluir a todos los escritores, le llevó a agregar incluso un poeta inventado por un bromista. Su poesía, más que ninguna otra de sus compañeros uruguayos de generación, se emparentó con la española, directa heredera de la de J. R. Jiménez, en su buen gusto, su tersura formal sin mayores desniveles, y una emoción indecisa, que jamás se sale de sus seguros canales. Algunos de sus poemas, como Árbol", alcanzó natural divulgación escolar.
Nacido el 18 de Junio de 1889 tenía, por la rama paterna, sangre española, y por la materna, italiana. Nombrado cónsul uruguayo en La Rochelle (Francia) en 1909, pasó después a desempeñar el mismo cargo en La Coruña, desde 1913 a 1927.
Volvió a Uruguay para casarse con María Concepción Muñoz Ximénez, los cuatro hijos sobrevivientes de ese matrimonio (ya que una hija, muy jovencita, falleció en España) han resultado también escritores de mérito, que merecerían sin duda, estudios aparte.
En Madrid editó Casal cuatro libros, a saber: "Regrets" (1910), "Allá lejos" (1912) "Cielos y llanuras" (1914) y "Humanidad" (1921); en cuanto a "Arobel", el mejor de su época en Europa, fue publicado en La Coruña en 1925.
Es imposible que el romanticismo del paisaje gallego no haya dejado alguna huella en espíritu tan exquisito y sensible como el de Casal, pues captaba finamente las pequeñas cosas de la naturaleza. Allí estaba inmerso en el mundo cultural español y era reconocido por los escritores, pintores y músicos más importantes de la península. Pero para citar a uno de sus amigos de excepcional valor, podríamos nombrar a Barradas.
Publicó en Montevideo, en 1933, "Colina de la Música", en 1947, en Buenos Aires, "Cuaderno de Otoño"; en 1949, "Recuerdo del cielo". En su cargo en la Intendencia Municipal, en el Museo Blanes, en medio de ese parque tan hermoso, tan para él, compuso sin duda otros versos quizá los más bellos, porque era un amante de la naturaleza. Luego de su fallecimiento, ocurrido en 1954, fueron publicados otros de sus libros: "Poesía", "Distante álamo" y la "Antología de prosa y poesía".
Sus versos eran de calidad muy fina, se diluían, los más bellos en una música que parecía un perfume. Gran cantor de los versos bravos, de los llamados "de arte menor", por oposición a las muchas sílabas (dodecasílabos o alejandrinos, por ejemplo) los diluía a veces en una atmósfera de vaguedad, de ensoñación, de tierno y sugeridor intimismo que obligan al lector a contemplar, de algún modo, el estado musical creado.
Resulta especialmente en su poesía ulterior, un conocedor de la difícil sencillez, maestros de la cual fueron Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez. Tomemos, al azar, algunas de sus expresiones: "no me alivia la música cambiante de una orquesta/ prefiero la cigarra típica de la siesta/ con su rústica cuerda".
Elogia "la ilusión" que sabe curar todas las cosas, y al "silencio", cuando expresa que se habla mucho mejor con los labios cerrados. En otro poema sugiere que la vida interior es la verdadera vida. Al rechazar la fortuna, que, repartida, no daría para muchos, aconseja: "seamos todos, y para todos, una/ sombra que se desliza inadvertida".
En otro poema concluye así: "y es casi la fraternidad cósmica de Tales de Mileto: Yo no sé de los hombres; solamente/ vivo en fraternidad con las estrellas".
De "Cuaderno de otoño" libro de madurez, tomo, al azar, este poema: "Ni tú ni yo, ni el viento... / No sabemos nada/ Tú que lo esperas todo/ yo que no espero ya/ Y el viento que entra/ en las casas y mira/ y toca y revuelve las cosas".
Versos son estos, arrebujados de misterio, que invitan a introducirse en el clima de ellos y a buscar, dentro de su melodía, bellísimos caminos de niebla, pues el poeta ha renunciado a la lucidez, que reinó durante el clasicismo, el romanticismo y el modernismo e invita al lector a seguirlo por sendas donde los intérpretes deben intuir o adivinar o proponer algo que puede o no coincidir con el poeta o ser base de nuevas ensoñaciones.
El ultraísmo, que dominaba en la poesía española, pues era la bandera ibérica de la vanguardia, influyó sobre Casal en su momento, y cambió muchos de sus aspectos inicialmente modernistas de su lírica, pero nunca la esencia misma del alma del poeta.
Aparte de su obra de creación hay que mencionar su "Exposición de la poesía uruguaya, desde sus orígenes hasta 1940" cuya importancia se percibe mejor a medida que pasa el tiempo.
No buscó una breve antología selectiva, que tiene el peligro de la interpretación demasiado subjetiva del antologista. Hoy habríamos injustamente olvidado a muchos poetas que no se editan por diversas causas, si no fuera por este importante libro de Casal, donde hay mucho que espigar.
Pero también es imposible no citar su revista ALFAR, una de las mejores del siglo XX, tarea monumental, de la que Casal fue fundador y director. En ella, más que el crítico vanidoso que aprovecha el momento efímero, de tener en sus manos la vara del juez, aparece un sensibilizador dedicado al acercamiento del lector a toda obra de arte. ALFAR, que comenzó a ser publicado en España y luego en Uruguay, marcó una época que será muy difícil de igualar en el Río de la Plata.
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