La poetisa Sylvia
Plath, quien también cultivó la prosa y el ensayo, nació el 27
de octubre de 1932 en Boston. Desde muy
pequeña, manifestó interés por el mundo de las letras: su primer poema lo
publicó con sólo ocho años de edad y, a partir de allí, comenzó a explotar su
talento literario a través de cuentos y versos que presentaba en diversas
revistas estadounidenses y que le permitieron alcanzar un cierto éxito.
En 1955, la joven Sylvia,
que ya para ese entonces padecía varios desórdenes mentales y tenía una
conducta depresiva, se graduó con honores en el Smith College,
no sin antes haber sido tratada en una institución psiquiátrica debido a un
intento de suicidio.
Con sus
desequilibrios emocionales aparentemente controlados y con sus estudios
terminados, Plath fue beneficiada con una beca Fulbright, que le
permitió profundizar sus conocimientos en la Universidad
de Cambridge. Allí continuó con su obra literaria y
participó del periódico universitario “Varsity”. En ese entorno
estudiantil, la poetisa conoció al inglés Ted Hughes,
con quien se casó el 16
de junio de 1956 y tuvo
dos hijos, Frieda y Nicholas.
Ya separada a causa de una infidelidad de su marido, con dos
niños a cargo, enferma y casi sin dinero, Sylvia
Plath volvió a pensar en
el suicidio. Y así fue como, el 11
de febrero de 1963, cuando tenía sólo treinta años y después de
haberle preparado el desayuno a sus hijos, se quitó la vida asfixiándose con
gas.
Dentro de su legado literario,
se destacan obras como “El coloso”, “Ariel”,“Cruzando el agua”, “Árboles de invierno”, “La campana de cristal”,“Cartas a casa”, “Johnny Panic y la Biblia de sueños” y “The magic mirror”(su tesis para el Smith College), entre otras. En materia de galardones y
reconocimientos, cabe destacar que, en 1982, a título póstumo, se le concedió a esta
escritora el Premio Pulitzer por sus “Poemas completos”.
Información extraída de: http://www.poemas-del-alma.com/blog
EL ENCANTADOR DE SERPIENTES
Los dioses comenzaron un mundo, el hombre otro,
y así el encantador de serpientes comienza:
bocaflauta, ojoluna. Toca: verdisono, acuifónico.
La faluta verdifluída hasta ser verdimóvil
asume sus languideces juncales y ondulosas.
Sus notas verdes se engastan, el río se descompone.
imágenes en torno a su música. Toca
abriéndose un lugar en que erguirse, sin rocas
ni suelo: de oscilantes lenguas de hierba onda
le sostiene.Y su mundo serpentino recrea
de cimbreos y súbitos resortes, desde el fondo
de su mente reptil. Y ahora culebras
se ven. Y las escamas serpentinas se han vuelto
hojas y luego párpados; cuerpos dúctiles, ramas
pechos de árbol y hombre. y él, de este mundo dentro
rije las contorsiones que hacen que sea serpiente
y su poder ductísono evidente con sólo
esta flauta exigüisima. De este nido saldrá
como el mismo ombligo del edén mundo luengo
de reptantes generaciones Fiat serpente!!
y las serpiente fueron , son y seran; y un tiempo
vendrá y consumirá al flautista, su música
le cansará y el mundo volverá a la sencilla
tela de urdimbre y trama serpentina. Y él busca
tejer una acuiverde confusión serpentina
hasta que no haya más serpientes y las aguas
vuelvan a su verdor y a su forma prístina.
Y los párpados cierra y reposa la flauta.
Los dioses comenzaron un mundo, el hombre otro,
y así el encantador de serpientes comienza:
bocaflauta, ojoluna. Toca: verdisono, acuifónico.
La faluta verdifluída hasta ser verdimóvil
asume sus languideces juncales y ondulosas.
Sus notas verdes se engastan, el río se descompone.
imágenes en torno a su música. Toca
abriéndose un lugar en que erguirse, sin rocas
ni suelo: de oscilantes lenguas de hierba onda
le sostiene.Y su mundo serpentino recrea
de cimbreos y súbitos resortes, desde el fondo
de su mente reptil. Y ahora culebras
se ven. Y las escamas serpentinas se han vuelto
hojas y luego párpados; cuerpos dúctiles, ramas
pechos de árbol y hombre. y él, de este mundo dentro
rije las contorsiones que hacen que sea serpiente
y su poder ductísono evidente con sólo
esta flauta exigüisima. De este nido saldrá
como el mismo ombligo del edén mundo luengo
de reptantes generaciones Fiat serpente!!
y las serpiente fueron , son y seran; y un tiempo
vendrá y consumirá al flautista, su música
le cansará y el mundo volverá a la sencilla
tela de urdimbre y trama serpentina. Y él busca
tejer una acuiverde confusión serpentina
hasta que no haya más serpientes y las aguas
vuelvan a su verdor y a su forma prístina.
Y los párpados cierra y reposa la flauta.
PAPI
Ya no, ya no,
ya no me sirves, zapato negro,
en el cual he vivido como un pie
durante treinta años, pobre y blanca,
sin atreverme apenas a respirar o hacer achís.
Papi: he tenido que matarte.
Te moriste antes de que me diera tiempo…
Pesado como el mármol, bolsa llena de Dios,
lívida estatua con un dedo del pie gris,
del tamaño de una foca de San Francisco.
Y la cabeza en el Atlántico extravagante
en que se vierte el verde legumbre sobre el azul
en aguas del hermoso Nauset.
Solía rezar para recuperarte.
Ach, du.
En la lengua alemana, en la localidad polaca
apisonada por el rodillo
de guerras y más guerras.
Pero el nombre del pueblo es corriente.
Mi amigo polaco
dice que hay una o dos docenas.
De modo que nunca supe distinguir dónde
pusiste tu pie, tus raíces:
nunca me pude dirigir a ti.
La lengua se me pegaba a la mandíbula.
Se me pegaba a un cepo de alambre de púas.
Ich, ich, ich, ich,
apenas lograba hablar:
Creía verte en todos los alemanes.
Y el lenguaje obsceno,
una locomotora, una locomotora
que me apartaba con desdén, como a un judío.
Judío que va hacia Dachau, Auschwitz, Belsen.
Empecé a hablar como los judíos.
Creo que podría ser judía yo misma.
Las nieves del Tirol, la clara cerveza de Viena,
no son ni muy puras ni muy auténticas.
Con mi abuela gitana y mi suerte rara
y mis naipes de Tarot, y mis naipes de Tarot,
podría ser algo judía.
Siempre te tuve miedo,
con tu Luftwaffe, tu jerga pomposa
y tu recortado bigote
y tus ojos arios, azul brillante.
Hombre-panzer, hombre-panzer: oh Tú...
No Dios, sino un esvástica
tan negra, que por ella no hay cielo que se abra paso.
Cada mujer adora a un fascista,
con la bota en la cara; el bruto,
el bruto corazón de un bruto como tú.
Estás de pie junto a la pizarra, papi,
en el retrato tuyo que tengo,
un hoyo en la barbilla en lugar de en el pie,
pero no por ello menos diablo, no menos
el hombre negro que
me partió de un mordisco el bonito corazón en dos.
Tenía yo diez años cuando te enterraron.
A los veinte traté de morir
para volver, volver, volver a ti.
Supuse que con los huesos bastaría.
Pero me sacaron de la tumba,
y me recompusieron con pegamento.
Y entonces supe lo que había que hacer.
Saqué de ti un modelo,
un hombre de negro con aire de Meinkampf,
e inclinación al potro y al garrote.
Y dije sí quiero, sí quiero.
De modo, papi, que por fin he terminado.
El teléfono negro está desconectado de raíz,
las voces no logran que críe lombrices.
Si ya he matado a un hombre, que sean dos:
el vampiro que dijo ser tú
y me estuvo bebiendo la sangre durante un año,
siete años, si quieres saberlo.
Ya puedes descansar, papi.
Hay una estaca en tu negro y grasiento corazón,
y a la gente del pueblo nunca le gustaste.
Bailan y patalean encima de ti.
Siempre supieron que eras tú.
Papi, papi, hijo de puta, estoy acabada.
Ya no, ya no,
ya no me sirves, zapato negro,
en el cual he vivido como un pie
durante treinta años, pobre y blanca,
sin atreverme apenas a respirar o hacer achís.
Papi: he tenido que matarte.
Te moriste antes de que me diera tiempo…
Pesado como el mármol, bolsa llena de Dios,
lívida estatua con un dedo del pie gris,
del tamaño de una foca de San Francisco.
Y la cabeza en el Atlántico extravagante
en que se vierte el verde legumbre sobre el azul
en aguas del hermoso Nauset.
Solía rezar para recuperarte.
Ach, du.
En la lengua alemana, en la localidad polaca
apisonada por el rodillo
de guerras y más guerras.
Pero el nombre del pueblo es corriente.
Mi amigo polaco
dice que hay una o dos docenas.
De modo que nunca supe distinguir dónde
pusiste tu pie, tus raíces:
nunca me pude dirigir a ti.
La lengua se me pegaba a la mandíbula.
Se me pegaba a un cepo de alambre de púas.
Ich, ich, ich, ich,
apenas lograba hablar:
Creía verte en todos los alemanes.
Y el lenguaje obsceno,
una locomotora, una locomotora
que me apartaba con desdén, como a un judío.
Judío que va hacia Dachau, Auschwitz, Belsen.
Empecé a hablar como los judíos.
Creo que podría ser judía yo misma.
Las nieves del Tirol, la clara cerveza de Viena,
no son ni muy puras ni muy auténticas.
Con mi abuela gitana y mi suerte rara
y mis naipes de Tarot, y mis naipes de Tarot,
podría ser algo judía.
Siempre te tuve miedo,
con tu Luftwaffe, tu jerga pomposa
y tu recortado bigote
y tus ojos arios, azul brillante.
Hombre-panzer, hombre-panzer: oh Tú...
No Dios, sino un esvástica
tan negra, que por ella no hay cielo que se abra paso.
Cada mujer adora a un fascista,
con la bota en la cara; el bruto,
el bruto corazón de un bruto como tú.
Estás de pie junto a la pizarra, papi,
en el retrato tuyo que tengo,
un hoyo en la barbilla en lugar de en el pie,
pero no por ello menos diablo, no menos
el hombre negro que
me partió de un mordisco el bonito corazón en dos.
Tenía yo diez años cuando te enterraron.
A los veinte traté de morir
para volver, volver, volver a ti.
Supuse que con los huesos bastaría.
Pero me sacaron de la tumba,
y me recompusieron con pegamento.
Y entonces supe lo que había que hacer.
Saqué de ti un modelo,
un hombre de negro con aire de Meinkampf,
e inclinación al potro y al garrote.
Y dije sí quiero, sí quiero.
De modo, papi, que por fin he terminado.
El teléfono negro está desconectado de raíz,
las voces no logran que críe lombrices.
Si ya he matado a un hombre, que sean dos:
el vampiro que dijo ser tú
y me estuvo bebiendo la sangre durante un año,
siete años, si quieres saberlo.
Ya puedes descansar, papi.
Hay una estaca en tu negro y grasiento corazón,
y a la gente del pueblo nunca le gustaste.
Bailan y patalean encima de ti.
Siempre supieron que eras tú.
Papi, papi, hijo de puta, estoy acabada.
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