Publicado en: www.jornada.unam.mx
Por: Alejandro Michelena
El espectáculo teatral está experimentando desde hace
algunos años –tanto en Buenos Aires como en Montevideo–, una etapa de esplendor
en cuanto a la creatividad de las puestas en escena, la diversidad de
propuestas, la aparición de nuevos talentos actorales y especialmente en lo que
tiene que ver con la nueva dramaturgia. Han surgido autores que tienen mucho
que decir y lo hacen con fuerza e intensidad dramática; con propuestas, sobre
todo en el caso de los más jóvenes, apoyadas a veces más que en lo textual en
lo visual. En este rubro, apenas dos nombres en cada capital platense, a modo
de ejemplo: Mariana Percovich y Guillermo Calderón en Montevideo; Mauricio
Kartun y Javier Dualte en Buenos Aires.
Pero el teatro es, y ha sido siempre –lo
reafirman muchas de las puestas renovadoras de obras clásicas de los tiempos
recientes, desde Shakespeare a Sánchez– el arte de releer los textos valiosos
del pasado, lejano o cercano. En ese plan, es fundamental no olvidar a aquellos
dramaturgos que hasta ayer nomás estuvieron entre nosotros, y que por diversas
razones –al irse de este mundo– su obra ha quedado al margen de las iniciativas
teatrales.Al plantear esto lo hacemos pensando concretamente en un gran dramaturgo rioplatense. Uno de los más firmes, maduros y profundos de la generación que, surgida en los años setenta en el nuevo milenio, ha superado el medio siglo: Ricardo Prieto, autor uruguayo con trayectoria en Argentina, que falleciera a comienzos de noviembre del año 2008.
Prieto se adentró como
pocos en Latinoamérica en los laberintos de la condición humana. Y lo hizo con
una escritura elaborada en lo estilístico y conceptual, y con una sabiduría
escénica por momentos magistral. Entre sus obras encontramos títulos que son
fundamentales e ineludibles, como El
huésped vacío, una de las obras de autor rioplatense que más ha
frecuentado los escenarios internacionales, con reiteradas puestas en escena en
Buenos Aires. También El
desayuno durante la noche, que recibiera en España el importante premio
Tirso de Molina (en el año 1980). Pero además tiene en su haber decenas de
piezas –dramas y comedias; obras realistas unas, y otras más volcadas al teatro
de vanguardia– entre las que destacan El
mago en el perfecto camino, caracterizada por su hondura metafísica, y Garúa, exitosa comedia de
costumbres no carente de honduras psicológicas. Sin olvidar pequeñas piezas “de
cámara”, como Me moriría si
te vas.
Fue por otra parte un escritor versátil, que
cultivó otros géneros con similar eficacia. En narrativa, Desmesura de los zoológicos,
un original libro de relatos que oscilan impecablemente entre el absurdo y el
surrealismo. Y los cuentos de La
puerta que nadie abre, donde explora dimensiones paranormales. Y la serie
de Lugares insospechados (su último libro publicado por
Alfaguara en 2008), a través de la cual logró perfilar –con seguro pulso
narrativo– una verdadera comedia humana.No hay que olvidar el intenso lirismo y la fuerza vibrante que imantan esa extraña e inolvidable nouvelle titulada El odioso animal de la dicha, que transcurre en una Buenos Aires al mismo tiempo identificable y anclada en una época determinada (los años setenta), pero también esencial y arquetípico. Libro que en realidad inicia su narrativa, en el lejano 1983, publicado por Ediciones de
Como poeta su libro
mayor es Palabra oculta(Editorial
Aldebarán, Montevideo, 2003), eficaz antología de su producción en el género
desde los años sesenta hasta fines de los noventa. Como ensayista su producción
fue pausada y lenta, galvanizada por una implacable lucidez e inusual
penetración. Vale recordar al respecto sus trabajos, polémicos sobre Florencio
Sánchez y la situación del teatro uruguayo.
Ricardo Prieto no tuvo formación universitaria.
Podríamos decir que fue un autodidacta. Pero logró decantar una cultura
universal, fruto de su voracidad e intuición como lector. Realizó cursos
únicamente en lo teatral –en Club de Teatro, grupo independiente del Montevideo
de los sesenta– de actuación y dirección. Filosóficamente ha sido definido como
existencialista. Y no cabe duda que la juvenil lectura de Sartre incidió en su
visión del mundo. Pero quizá no tanto como luego, ya instalado en Buenos Aires,
lo marcaron las lecturas de autores clásicos del esoterismo, como la teósofa
Madame Blavatsky o el maestro espiritual ruso Gurdjieff.Fue, por otra parte, un ser humano afable y generoso. El encuentro amistoso y la tertulia de café constituyeron parte importante en su vida. En esas instancias podía ser irónico y mordaz, vehemente y al mismo tiempo tolerante, y siempre brillante y certero en los conceptos. Los lugares donde cultivó –como si se tratara de un arte más– el ejercicio del diálogo inteligente, fueron en Montevideo el viejo café Sorocabana de la plaza Cagancha y el Mincho de la calle Yi, y en sus años bonaerenses los cafés Tortoni y Los 36 billares, de Avenida de Mayo.
Volviendo al comienzo:
vale insistir en la calidad artística de la obra teatral de Ricardo Prieto. Son
varias decenas de piezas, algunas de las cuales –como El huésped vacío– han sido
aplaudidas reiteradamente por los espectadores más exigentes en Montevideo,
Buenos Aires, México y París. Es un corpus dramático que puede verse, al menos
parcialmente, en páginas virtuales prestigiosas como la del Celcit, de Buenos Aires.
Tómese estas líneas, apenas, como un llamado de
atención sobre un dramaturgo cuya vasta y variada producción debería estar
siempre en el repertorio y en las temporadas de ambas capitales platenses.
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