Pensaba entonces que las groseras agresiones contra ese patrimonio se originaban en la desaprensión soberbia del autoritarismo de la época.
Creí también que una vez recuperada la democracia y más aún, que una vez conquistado el gobierno nacional por una fuerza política progresista, sería inviable le reiteración de semejantes desatinos.
Debo hoy admitir mi error.
La fuerza de los hechos me obliga ello.
Hace unas pocas semanas, el Arq. Conrado Pintos, de destacada actuación profesional y docente, denunció la incomprensible destrucción de dos excelentes viviendas del Arq. Román Fresnedo Siri, localizadas en la Av. Ponce. Ahora, un hecho tan incomprensible y si cabe, aún más grave, acaba de producirse: la demolición de lo que hasta hace pocos días era un estupenda muestra del acervo arquitectónico de los montevideanos.
Me refiero a la casona que estaba situada en Br. España Nº 2232, próxima a la esquinacon Juan Paullier.
Esta singularísima obra construida hacia principios del siglo XX, respondía a los lineamientos genéricamente definidos como “Art Nouveau” en la modalidad italiana; modalidad más rotunda que aquellas otras que se desarrollaron en Bélgica, Francia o Escocia.
Su contundente volumetría de fuertes contrastes, se complementaba con una muy convincente factura constructiva y la utilización de elementos decorativos de infrecuente valor estético.
La típica visión totalizadora y la congruencia formal de la totalidad de los elementos constitutivos que caracterizó a estas corrientes estilísticas de fines del siglo XIX, se complementaba, en el caso de esta obra, con la elaborada verja de hierro forjado y los bien modelados pilones de mampostería cuyos vestigios son aún visibles; mudos testigos de esta nueva afrenta cultural que padece ahora nuestra ciudad.
Obviamente, no todas las obras de interés testimonial integran la nómina de Monumentos Históricos ni están específicamente tuteladas a nivel municipal. Es por ello que, en tanto intendente, propuse la resolución aprobada en agosto del 2001 que determina la consideración especial que ameritan las “construcciones anteriores a 1940 que se ubiquen frente a avenidas, bulevares y ramblas” (resolución Nº 3095/01). Tal era, precisamente, la situación del notable edificio en cuestión.
Por otra parte, se exige que todo permiso de demolición, debe incluir una elocuente documentación fotográfica, tanto de la finca como del tramo urbano en que la misma se inserta.
Téngase presente además, que los expedientes no son analizados por funcionarios de menor jerarquía y sin conocimientos técnicos específicos, sino que son informados por profesionales arquitectos.
¿Cómo entender entonces semejante pérdida patrimonial?
¿Hemos acaso perdido la sensibilidad y el compromiso cultural que nuestra colectividad merece?
A todas luces correspondería que tales expedientes fueran considerados por la Unidad de Patrimonio de la propia Intendencia, donde revisten funcionarios de sólida formación y alta sensibilidad.
El título de la presente nota reproduce el de uno de los capítulos de Hacia una arquitectura, libro emblemático que Le Corbusier publicara en 1923.
El subtítulo de la presente nota (“ojos que no ven”) reproduce el de uno de los capítulos de “Hacia una Arquitectura”, libro emblemático que Le Corbusier publicara en 1923.
Humor negro quizás, el del maestro, puesto que en 1918 había perdido la visión de uno de sus ojos. Aunque ello no impidió, por cierto, que su sensibilidad y su compromiso cultural pudieran suplir sus limitaciones físicas.
Reiteradamente sostuve que la ciudad es permanencia y cambio; y desde siempre me identifiqué con las elocuentes expresiones del Prof. Graziano Gasparini, al afirmar que “la conservación de los monumentos del pasado no pretende ser refugio de la nostalgia; es una exigencia del hombre moderno y puede ser llevada a cabo sólo en el cuadro de la ciudad nueva, en función y no en antítesis con ella”.
Soy de los que cree que es factible la reflexión, el diálogo, la persuasión y la búsqueda de entendimientos entre propietarios, promotores, profesionales y autoridades públicas, procurando acceder a soluciones equilibradas donde los legítimos intereses materiales – siempre efímeros – puedan compatibilizarse con los valores perdurables de la cultura.
Doy tan un sólo ejemplo que evidencia que ello puede ser factible: la transformación de la antigua empresa Barreiro & Ramos con destino a viviendas y oficinas, en pleno corazón de la Ciudad Vieja. Paradigmático y convincente diseño - ya en adelantado proceso de ejecución - donde memoria y proyecto se conjugan en una propuesta con inequívoca afirmación de presente.
Verdadero desafío además, frente a la habitual apatía burocrática, a la falta de compromiso, al facilismo, a la ignorancia… y a los “ojos que no ven”.
Mariano Arana
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