Publicado por: Caludio R. Senattore el JUEVES, 16 DE FEBRERO DE 2012
He leído algo.
Es una afirmación. Solamente eso. No lo he hecho mucho y mucho menos demasiado.
Algunos han leído más y otros menos. Tomemos un segmento de recta y en sus
extremos pongamos, precisamente opuestos. De lo que sea. En ese segmento nos
movemos acercándonos a los extremos y por eso el ser humano deviene en
creencias, decisiones, gustos, apreciaciones,…en todo y más aún en este tema
que siempre nos toca: el Arte. Y por supuesto también pongamos en ese segmento,
en un extremo leer, y en el otro no leer.
Pero algo hemos leído…y algo apreciamos, y entonces convenimos que también nos alejamos
de la Verdad o la no Verdad. Pero no llegaremos a tocar nunca los extremos de
ese segmento. Sería muy vanidoso de parte de cualquiera.
Más tratándose de la Verdad. Y en este caso de la Verdad en el Arte.
Pero si tenemos y debemos tener apreciaciones. Incluso sin haber leído casi nada, o
nada en extremo para algunos.
Por eso y aquello, al dar con la obra de Antonio García-Trevijano Forte, Ateísmo
estético, Arte del siglo XX (De la Modernidad al Modernismo) (Landucci,
S.A.) consideramos que no sólo es una soberbia historia analítica del arte
plástico del siglo XX, sino que también es un magnífico, valiente y penetrante
ensayo de carácter muy marcadamente apologético. Analiza la Historia del Arte
Contemporáneo, que desde hace cien años padecemos, por una especie de locura
insuflada desde el Poder.
La degeneración inhumana del arte actual descansa en ese fenómeno cultural que se etiquetó como "modernismo".
El modernismo extendió el consenso a todos los sectores sociales que antes estaban
dirigidos por la jerarquía de los saberes, desde la educación escolar, hasta la
sanidad pública, pasando, naturalmente, por la justicia, la ciencia y el arte.
Bajo el imperio de las modas, la ingente masa adocenada carece de gustos estéticos, y
estos dejan de responder a las divergencias de los temperamentos naturales y de
refinamientos culturales. Y se uniforman por la efectividad de la propaganda de
los fabricantes del gusto social.
Para justificar la legitimidad democrática de la igualación de la belleza humana, y
el derecho individual o colectivo al mal gusto, se propaga la falsa vulgaridad
de que el gusto es una cosa personal, tan libre y respetable como los colores,
ajeno por completo a la educación escolar y académica. Pero la sensibilidad
sólo puede igualarse rebajándola, y el color, ensombreciéndolo; …y el temor
aumentándolo.
El daño causado por la demagogia de la igualdad en la jerarquía de los valores estéticos, y en la libertad de elección, no cuenta. Pero lo bello ha sido siempre irreconciliable con el mal
gusto, aunque el modernismo haya derogado esa constante.
La corriente igualitaria del gusto se desliza cuesta abajo hacia las anchas praderas donde
pastan las emociones de las muchedumbres. El pueblo olvida allí que en lugar de
placer, tiene aturdimiento. Y, como le sucede a los poderosos, todo lo suyo lo
encuentra bello. Vive tan alejado de las antiguas formas de la belleza, que ha
tomado por costumbre admirar y someterse a lo que menos comprende. Pues “omne
ignotum pro magnifico est” (Tacitus, De Vita Iulii Agricolae, 30). (Pues
todo lo desconocido pasa por magnífico – Tácito).
El arte “modernitario” se detiene ante las puertas de lo bello. Y no por temor
reverencial a lo clásico. El artista avanzado no las abre para no parecer
antiguo o convencional. Como si fuera una rama de los saberes técnicos, la
estética del “modernitarismo” ha pasado a ser cuestión de especialistas. El
arte actual no representa otra absurdidad que la de sí mismo. Puede expresar
así algo de interés para la comprensión de una vida social sin ideales
colectivos, pero no la estética, ni la sinceridad de las emociones naturales.
Este trabajo de García-Trevijano, nos deja claro que el modernismo trajo el dogma de que la
belleza del arte está en el secreto de sus abstracciones. Cuanto menos
inteligibles, más modernas. El espíritu de los tiempos actuales hace de estos
vanguardistas de la esoteridad críptica en la expresión, los primeros demagogos
del arte. La maravillosa igualdad estética de la abstracción consiste en que
nadie la comprende. Por eso es el arte predilecto de las pseudo-democracias.
Todos lo pueden crear y disfrutar, y nadie entender. El nuevo arte de la
postmodernidad, derivado de la popularidad del consenso, "la belleza está
en lo que gusta al pueblo", alimenta de vanidad aldeana el cultivo
artístico de lo grotesco. El conceptualismo estético empieza donde la inspiración
acaba, y la vulgaridad la anula si el criterio del gusto se democratiza. El
arte no se pondera ni se mide con criterios democráticos.
La corriente elitista del gusto por lo abstracto solo arrastra, pese a la propaganda
persistente de los medios de comunicación, al mudo de los artistas, críticos y
marchantes. Ahí reina el secreto de la belleza que sólo ellos pueden
comprender. Y, como ocurre con los especialistas, se entusiasman con toda
novedosa rareza que aumente un íntimo sentimiento de superioridad mental.
Buscan una fama especial. La que Baudelaire identificó con la gloria de no ser
comprendidos.
Aquí, me refiero nuevamente al inicio: el segmento. En un extremo la figuración, en el
otro la abstracción. Uno tiene siempre algo del otro, o debe tenerlo.
Porqué? Porque la abstracción es una cuestión de grados, siempre ha sido condición
constitutiva del arte. Sin ella no sería posible el conocimiento de lo general,
ni el mundo de las representaciones. Aunque sólo con ella ( la abstracción), y
esa es la perversión del arte actual, no se gozaría de la vida, ni se
reproducirían las emociones.
La búsqueda de originalidad en la temática o en la fantasía, tan común en los artistas e
intelectuales de la segunda mitad del siglo pasado, es signo de impotencia
creadora. La única fuente de originalidad artística, y también del pensamiento,
está en la invención de reglas o perspectivas inéditas con las que recrear o
mirar los eternos temas. Así se fundan los paradigmas del arte y de las ideas.
Sólo eso hace geniales a los autores de lo que antes de ellos no existía o se
veía de otra manera.
Se ha dicho que el Renacimiento devolvió a los artistas libertad técnica e inspiración
exótica, por lo que su arte tuvo una visión retrospectiva de la Antigüedad, sin
incidir en la conciencia de la realidad, y sin influir en las preocupaciones de
la sociedad de su tiempo. Hay algo de cierto en la creencia de que el arte del
Renacimiento fue un hermoso sueño sin propósito moral. Pero esta afirmación no
deja de ser una vaga generalidad. Pues el arte auténtico siempre ha sido tan
inocente como la naturaleza.
Aquellos artistas forjaron las realidades del mundo sensible -morales, estéticas y
eróticas-, con más fidelidad que los estadistas y filósofos, las del mundo
inteligible. Salvo la ciencia, la técnica o la religión, ninguna otra
manifestación del espíritu ha labrado tanta dicha a los hombres como el arte.
Ya lo dijo Santayana, tan admirado por García - Trevijano: "Cuando se considera el
confuso estado actual del (los) gobierno (s) y la (s) religión (es), sirve de
gran consuelo apartarse de ellos hacia cualquiera de las artes, donde lo bueno
es total y finalmente bueno, y donde lo malo al menos no es traicionero".
Por eso, el arte "modernitario" ha devenido fraude y traición.
Si Degas, Cézanne, Matisse, condenaron en vida a los vividores del arte, los espíritus jóvenes deben oponerse, por orgullo de la tradición artística, al ateísmo estético del arte modernitario y a las expresiones farsantes de lo bello. Pues, la juventud consiste en permanecer cercanos a las fuentes de la vida, en zambullirse en lo elemental, para sublevarse, con las espaldas mojadas de naturaleza, contra los artificios que intentan disimular la decadencia de aquellos instintos donde está la génesis del arte.
Finalmente, la irresistible atracción hacia las grandes obras maestras por parte de los
individuos sanos es siempre instintiva y no conceptual. "¿Acaso ama, quien
a la primera mirada no ama?" - se preguntaba Shakespeare.
Continuaremos realizando apreciaciones.
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