La noche se ha vestido de muerte. Es tan bella como
la dulce sonrisa de una buena mujer. Por debajo de mi falda vuelan golondrinas.
Hay que emigrar. Tibios murmullos al oído, me dicen: ya no queda tiempo. Absorta,
no los escucho. A mi alrededor, una gran
siembra de caraguatá desacierta los pasos. Es el único camino. Ya no hay
esperanzas. Un ciento de escarabajos, abriendo paso entre los aguijones de la
belleza, enmudecen los sentidos. Aún, así, atiendo su llamado. Dos mariposas
desencantan mis ojos. Frente a mí, una mujer igual a mí. Toda su vida en un
instante. Ya no puedo mirar atrás. Al borde del abismo sólo cabe lanzarse al
vacío.
Jan Kaa
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