"Matar a López" de Mario Sarabí
Por Gerardo Molina
Publicado en Hoy Canelones
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“Matar a López” de Mario
Sarabí, 112 páginas, Rumbo Editorial, Montevideo, 2011. El incauto lector que
penetre en la urdimbre de esta obra, movido por la imperativa aseveración del
título “Matar a López” u otras motivaciones, se llevará no pocas sorpresas.
Novela nada convencional, en veces con lejanas reminiscencias de otras voces
frecuentadas por el autor, va in crescendo el interés de su lectura hasta
agotar la misma. Una población casi mítica, Barro Blanco (“cualquier semejanza
con la realidad es pura coincidencia” recordamos que se estampaba en algunos
libros y filmes), diezmada por las inundaciones, sórdidas historias que
confluyen en una y personajes que el autor-pintor va delineando a lo largo de
la trama: áridos, cerriles, cercados –casi todos- por la estrechez física y
económica, con escasos atisbos de ternura y nobleza, son algunos de los rasgos
que destacan dentro de esta primigenia novela de Sarabí. Así como
el “yo” protagonista, Lucio (nombre que recién se conoce en los últimos capítulos
que se distinguen sólo por la fecha, por ejemplo “19 de agosto”), que arrastra
su miseria, la pérdida de su dignidad , impelido por un oscuro deseo de
venganza hacia esa especie de señor feudal : López y que, al fin, encuentra la
redención a través del amor que despierta en la hija de este último. Algunas de
las páginas sacuden al lector por su aterradora crudeza como la confesión del
incesto y la catarsis de Angélica o el suicidio de Gladis, la dueña de la
pensión. El desenlace, acorde con lo que señalábamos al comienzo, que ni el más
inveterado y conspicuo frecuentador de novelas podría suponer o imaginar, dada
la maestría con que se fue urdiendo la trama, comienza a develarse en la
penúltima página que cada nuevo y osado lector deberá descubrir. El autor,
muy joven aún, posee un indudable talento y un seguro dominio de su métier. La
poesía que también cultiva, tal vez –como en los casos de Amorim y Morosoli-
siga cediendo terreno a su excepcional veta narrativa, que le augura nuevos y
señalados éxitos. Compartimos algunos fragmentos de la novela:
“Hace tres años el río se tragó, con la lenta
parsimonia de un viejo rumiante, como si estuviese alertando, poniendo en
evidencia su majestuosidad, el implacable dominio sobre este apelotonamiento
irresponsable de casas enclaustradas en su orilla; media ciudad. Durante tres
meses todo Barro Blanco vivió hacinado insoportablemente en la mitad de sus
construcciones. Los afectados con mayor suerte por aquella masa amarronada y
pútrida de agua se fueron a vivir a las casas de sus familiares en las zonas
más altas, en las faldas del cerro. El resto de los infortunados, ignoro
cuántos miles, se recluyeron en galpones de industrias abandonadas, en
iglesias, o en clubes deportivos. Durante el primer mes sobrevolaba, sobre la
mitad seca de Barro Blanco, un mohíno y quebradizo ronronear de humanismo. Ya
en el segundo mes, lo que sobrevolaba era una histeria general y peligrosa y el
olor intolerable de las cloacas desbordadas. Por ese tiempo circuló, con el
humo de los fogones improvisados, de ollas clandestinas, un rumor. La gente, en
situaciones así, saca a relucir las sucias estalactitas de las cuevas más
oscuras de sus propios infortunios...” (26 de agosto)
“Pasar la noche con Angélica me había hecho sentir
refulgente, como si hubiese inhalado una profunda bocanada de aire puro en la
cima de los cerros que se elevaban pedregosos más allá de los límites
empobrecidos de Barro Blanco. A veces caminaba hasta allí para subirme al lomo
silencioso de esos inmensos durmientes de rocas grises y contemplaba la ciudad
como un pastor que quisiera abandonar, para siempre su rebaño. La atrapaba en
un gesto violento de las manos, el golpe seco de quien aplasta una mosca en
vuelo. Barro Blanco se ve, desde aquellos cerros, semejante a un montón de
chatarra en la orilla cetrina del río...... Algo me decía que si el río
no cumplía sus amenazas de destrucción, algo más encontraría la naturaleza para
dejar en pedazos una ciudad que pendía del hilo, del collar de jíbaros de unas
pocas y omnipotentes cabezas, incluyendo la de López. Embargado de una extraña
satisfacción, imaginé a todo Barro Blanco consumido por las lenguas insaciables
de un ávido incendio, desintengrándose por completo en una suerte de combustión
espontánea. Aquello me pareció paradójico, opuesto a la mortífera voluntad del
río. Añadí mi propia sonrisa de ironía a la escena y le quité el cigarrillo, a
medias, de las manos de Angélica.
La imponente bola de fuego comenzaba a anunciarse
detrás de los cerros, más allá de los marginales límites de la ciudad en
agonía. Había que salvarnos, al menos fingir que estábamos salvados. Teníamos
que amarnos. Acaso emparejados al primer macho y la primera hembra,
bíblicamente, nos amamos.”(28 de agosto)
“... Me parecía primordial convencer a Angélica de
que en esta ciudad no quedaban esperanzas. La gente se arrastra sonámbula y
enajenada en su rutinario desamparo, ciega ante todo cuanto la
rodea.Todos, en realidad, estábamos ciegos y pasmados de diversas maneras. A
todos nos había tragado el lodazal. Todos éramos carne de sapo en la mandíbula
cuadrada de la serpiente.. Lo aceptan, degluten sin fe, sin ninguna afrenta,
sin insurgencia, lánguidos, la fatalidad de sus destinos- quise decirle esas
palabras para sacudirla de su propia tragedia. En efecto, ella era una de esas
personas que acataban, con el deplorable goce que da la resignación, la
fatalidad de su destino. –Acá no hay opciones. Los que no optan por los vicios
degradantes y la violencia, naufragan en la profunda depresión, se deshumanizan
hasta quedar vacíos, como si fuesen animales canijos y enjaulados. He estado
observando el comportamiento de una familia que acaba de recibir un hijo.Viven
enfrente de la pensión. Al otro día que la rozagante criatura llegó, en brazos
de la madre, a la casa, busqué en los ojos de sus padres esa luz recóndita y
nueva que irradia en las pupilas la felicidad. No había nada. Se adaptaron a
esa novel y vulnerable existencia de la misma manera que se hubieran adaptado a
un mueble, o a la muerte. Están huecos.-Pensé en recordarle, en la carta, la
escasa o nula conmoción que vivió la ciudad después que el río se llevara en
sus entrañas a trescientos niños y cien adultos en mayo, recordarle la
indiferencia con la cual todos asumieron la calamidad como si se tratase de la
muerte de sus gallinas. En realidad, los que allí estaban sepultados bajo el
agua, flotando, apretados al techo de sus casas, eran sus familiares, sus
hijos, sus hermanos, sus vecinos. Todos en esta ciudad están secos. Ningún
impulso vital los sacará de su modorra esquelética. Van a morir, todos saben
que van a morir. El río, o cualquier plaga, se ensañará definitivamente con la
indolencia grotesca que nos cerca en un puño de dolor anestesiado, hasta
acabar, sin piedad, con el último suspiro.” (29 de agosto)
Mario Sarabí
El autor. Mario Sarabí nació en Uruguay el 7 de
octubre de 1981. Poeta, narrador y artista plástico. Editor, junto a Jandra
Pagani, de la revista literaria “Revista Hipoética”. Entre sus obras
publicadas destacan: “Desde el Jardín de Anubis” (poesía), escrito en co-autoría
con el poeta Javier Dos Santos; “La Maga y otros Manifiestos” (poesía); “Semen”
(Libro objeto con dibujos originales, poesía) y “Príncipes del Talión”, Muestra
de escritores uruguayos. En narrativa ha publicado ensayos breves y cuentos en
diferentes revistas literarias. “Matar a López” (Rumbo Editora) es su primera
novela édita.
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