La Radio del Gato

lunes, 27 de septiembre de 2010

El siglo de la estupidez

Por: Edgar Borges (BELIANIS)

Tengo un amigo que le incomoda que yo afirme que estamos en el siglo de la estupidez. Ya sé que el siglo aún es joven, le digo, pero no me gusta la falta de pensamiento y la uniformidad de la sociedad actual. Y lo peor, agrego, es que sospecho que la estupidez irá en aumento. ¿Y por qué no te suicidas?, pregunta mi amigo. Ocurre, confieso, que me gusta la vida. Sí, me gusta la vida. Y tal gusto no es contradictorio con mi rechazo a la sociedad actual, pues, como sabes, la sociedad es el resultado de un modelo diseñado por unos pocos. Y el modelo de la estupidez me parece una involución, un atajo que pretende regresar al primitivismo ignorando todas las propuestas filosóficas que ha ido hilando la memoria humana. La vida es otro asunto mucho más hermoso y natural. Para establecer un paralelismo podría hablar de televisión y calle; en la primera opción a cada segundo se vende el Apocalipsis (según la industria mediática todos los seres humanos somos terriblemente malvados) y en la segunda se asoman los detalles sublimes de la belleza mundana. Otra cosa es que, por creerle a la mala ficción de la televisión, nos sintamos rodeados de los asesinos y ladrones que magnifican las estadísticas de los noticieros.

La estupidez ha sido observada por muchos escritores y estudiosos de la conducta humana. En el siglo XIX, el escritor Gustave Flaubert pretendió realizar un monumental diccionario sobre el tema. No obstante, la muerte le impidió concluir la idea que fue publicada inconclusa mucho tiempo después de la partida del autor de Madame Bovary. En una carta Flaubert escribió que su intención “Sería la glorificación histórica de todo lo que se aprueba. Demostraré en él que las mayorías siempre han tenido la razón y las minorías no. Sacrificaré a los grandes hombres en aras de todos los imbéciles, a los mártires en aras de todos los verdugos. Así, para la literatura establecida, lo que es fácil, que lo mediocre estando al alcance de todos es lo único legítimo y que hay que deshonrar toda forma de originalidad como peligrosa, idiota, etc.” Flaubert, como visionario, apuntaba, con magistral ironía, por dónde se moldeaba la historia. Si observamos los ídolos y los comportamientos lerdos y reactivos de las masas (maquinaria demoledora de las individualidades), las palabras del autor del siglo XIX son un dibujo adelantado del siglo XXI.

En el diálogo que Umberto Eco y Jean-Claude Carrière sostuvieron para dar forma a la obra Nadie acabará con los libros, el creador de El nombre de la rosa señala que “Podemos insistir en los progresos de la cultura, que son manifiestos y que tocan categorías sociales que antes estaban excluidas... Pero a la vez, cada vez hay más imbecilidad. No porque en el pasado los campesinos se quedaran callados esto quería decir que eran tontos. Ser cultos no significa, necesariamente, ser inteligentes. No. Pero en la actualidad todas estas personas quieren hacerse notar y, fatalmente, en algunos casos sólo logran hacernos sentir su imbecilidad. Por lo tanto, podríamos decir que la imbecilidad de un tiempo no se exponía, no se hacía reconocer, mientras que ahora ofende nuestros días”. Sobran los espectáculos mediáticos y las consecuencias sociales que confirman las palabras de Eco. La mala ficción termina observándose en el entorno callejero (y familiar). La vida como una réplica de la vulgaridad televisiva (como si hubiésemos cambiado Madre Tierra por madre televisión). Por su parte, Jean-Claude Carrière, otro estudioso del tema, dice: “Yo creo que al estúpido no le basta con equivocarse. Afirma claro y fuerte su error, lo proclama a los cuatro vientos, quiere que todos lo escuchen. Es sorprendente ver lo estridente que es la estupidez”. Atormentante y atrevida, hoy la estupidez, como ejército del poder económico, se enfrenta al conocimiento con burla y apoyo (¡mi dinero-su medio salario- me sirve más que tus libritos!). Sobre el empeño de los militantes de la estupidez en hacer desaparecer el libro, recuerdo una declaración de Enrique Vila-Matas: “Encontrar que el libro es un objeto anticuado es la venganza de los analfabetos que siempre han odiado el libro”.

Algunos estudiosos consideran que la estupidez es un asunto humano y que en menor o mayor medida se encuentra presente en todos. De eso no tengo dudas; el problema radica cuando la sociedad mundial (bajo una globalización uniforme) se asume irreflexiva, ligera, relativista, chantajista, indiferente, ciega, sorda, banal, grosera y ruidosa (la competencia es por descender al grado más bajo de la mala educación). La diferencia de éste con otros tiempos es que antes (como dice Eco) se ocultaba la estupidez y ahora se proclama como si los necios estuvieran anunciando su ansiada victoria sobre el pensamiento. ¿Quién podría asegurar que las nuevas tecnologías están logrando un ser humano más reflexivo? Otra cosa es que la sociedad actual haya asumido la reflexión como un asunto del pasado; de ser así, conmigo no cuenten para el festín donde algún día, de manera oficial, la sofisticación de la ignorancia celebre el siglo de la estupidez.

P.D.: De regreso a casa (la Madre Tierra) andaré buscando el despertar del siglo (y de la vida).

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