La Radio del Gato

sábado, 25 de septiembre de 2010

Las raíces son lo último que se secan

Por: Jorge Majfud (Desde Sacramento, California, Estados Unidos. Especial para ARGENPRESS CULTURAL)
Se habían sentado en una mesa contra la pared. María José dijo que iba al baño a lavarse las manos y Ernesto se quedó mojando las tortillas chips en la salsa picante. Casi todos los sábados de tarde iban a un Chilli´s o a un On the Border porque la comida mexicotejana nunca les fallaba. Mientras esperaba las fajitas de pollo Ernesto estudiaba los azulejos de la mesa, el enorme calderón invertido que servía de lámpara, los cuadros con delirios tipo Frida Kahlo y Diego Rivera. Una pintura naif le había atrapado la atención: un gran desierto con cactus y una serpiente en un camino de tierra roja.

“Nativo”, recordó. “En francés antiguo naif significa nativo, del latín nativus”.

En ese momento recibió un mensaje de texto de su hermano. Había muerto el abuelo. El lunes pasado. Hacía cuatro días. Nacho no había querido decírselo antes porque era inútil, sabía que no llegaría a tiempo. Hubiese sido para peor. Todo había sido muy rápido. Que por favor supiera perdonarlo y comprenderlo.

Ernesto recordó que desde el día anterior había ido acumulando preguntas para el viejo. No podía decírselas todas. El viejo, el viejo querido estaba medio sordo, la comunicación por teléfono era cada vez más complicada. Eran preguntas para hacérselas un día cuando volviera, tranquilo, sin apuro, preguntas que vaya el diablo a saber por qué nunca se las había hecho a pesar de lo importantes que eran. ¿Por qué nunca me hablaron de la abuela Rosa? ¿Por qué a la abuela Rosa la llevaron a morir a mi cuarto cuando estaba su hijo en el pueblo, el Cacho, ese tipo que todos queríamos y decíamos que era un hombre muy bueno? Era tan bueno entonces? Por qué yo y mis hermanos que éramos tan chiquitos teníamos que escuchar cada noche los delirios de una anciana que se estaba muriendo? “¡Apaguen el fuego, el fuego ahí en los pies! Mi muñeca, ¿dónde está mi muñeca? Mi muñeca se va a quemar viva mi muñeca!” Parecía tan feliz la abuela Rosa, antes de caer enferma. Siempre se estaba riendo, siempre con sus ajos y cebollas y huevos recién robados a una gallina colorada. Y sus versos de José Martí que no sabía que eran de José Martí. ¿Por qué te divorciaste de la abuela si era tan buena como siempre decías? Le hubiese querido hacer esta misma pregunta a ella, pero se murió antes que tú. Por eso te la hago a ti. ¿Por qué nunca se supo dónde fue mi tío Ismael? Ya sé que había estado de revoltoso en Tlatelolco, eso ya lo sé. Pero ¿por qué tenía que desaparecer? ¿Y por qué todos tenían que tomar su desaparición como algo normal? O que parecía que fuese algo normal porque nadie decía nada del tío de pelo largo. Solo una foto sonriendo y con un bigote grueso. Por eso uno no puede imaginárselo gritando de dolor. Solo sonriendo. Claro, por eso nunca pregunté. ¿Quién anda preguntando por algo normal? ¿Por qué tengo tantas preguntas sobre tantas cosas normales y siento que ahora están bajo tierra? Para siempre bajo tierra, tú, la abuela, el tío, mi madre, mis preguntas. Un poco yo. Un poco yo estoy debajo tierra y el resto se me va secando de a poco. Como una planta en el desierto, las raíces son lo último que se secan.

La gran olla de dos asas invertida que hacía de luminaria flotaba sobre la mesa y sus preguntas apenas se sostenían del borde. La abuela tenía una igual, muy parecida. Hacía dulce en el patio todos los sábados con las frutas que yo rescataba de los cochinos. Como no se podían comer la abuela las hacía dulce. ¿Por qué decía que la tía Guadalupe era una puta? Había tenido un hijo de soltera. Pero su macho había reconocido al producto y se lo había llevado a los dos a vivir al otro lado. Quién sabe si no habrá pasado por aquí mismo. Al menos los dos se fueron juntos. Los tres, vagando por ahí, amándose por ahí, discutiendo por ahí, peleándose por ahí, separándose por ahí, volviéndose a encontrar por ahí sin que nadie les dé una mano conocida. Entonces ¿por qué la abuela insistía en que Guadalupe era una puta? Tal vez era despecho. Eso se puede deducir. Pero ¿por qué había estado presa antes de irse de mojada? ¿Y por qué el abuelo Rojas se murió solo, sin que nadie fuera a la casa donde agonizaba? Ni sus hijos fueron. ¿Por qué? ¿Por qué mierda no se me ocurrió preguntarles todo eso cuando todavía estaba del otro lado? Algo tan simple, tan fácil como una pregunta. Seguro que bastaba con rascar un poquito y luego brotaban otras preguntas como racimos de uva. ¿Por qué después que al abuelo Rojas lo enterraron unos vecinos, nunca faltaron flores en su tumba? Dicen que todos, los hijos, las nueras, el mismo abuelo y la abuela Rosa le llevaban flores los domingos. ¿Por qué, si nunca se habían llevado bien? ¿Por qué nunca me comentaste nada de esto, abuelo? ¿Era necesario que te lo preguntara yo?

En ese momento volvió María José con una sonrisa. Se sentó. Miró alrededor, lo miró a él y se puso seria.

—Otra vez de mal humor.

1 comentario:

w.m. dijo...

Hola Jandra!! Pasé por aquí porque vi que te hiciste seguidora de mi Blog. Muy honrado por ésto. Vendré de vez en cuando a ver en qué andas. Un abrazo.

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