Hambre
yo te acuso
de transformar en tambor
la lonja viva del hombre;
pobre gaita vacía
aullando su son
sobre el vértigo verde
de las vísceras.
Hambre,
yo te acuso y te proceso
por transformar el asfalto
en prisión del hombre,
muros de cal
marginando las calles
con el peso marino del vértigo.
Entonces
oye, hambre:
es el son,
es el son,
oye tu voz:
es la sangre cabalgando
en tu lomo desnudo
entre células verticales,
entre células de pie
en manifestación muda de hambre.
Escucha: son los pies golpeando
la espuma del asfalto;
perdida su antigua solidez
de mineral infecundo
rueda, rueda bajo los pies
su nuevo ser
bajo el velero del hambre.
Yo te acuso y te proceso.
Soy tu juez:
mis sentidos transformados,
el sonido desmembrado
trepando en los oídos,
perdido el antiguo camino
creando con patas de hormiga rutas distintas,
azotando con un dolor
sin nombre,
sin cifra ni ejemplo
al hombre, al hombre.
Hambre,
droga maldita,
tu poder traspasa
las cerradas fichas
de los casilleros de la toxicomanía,
tú sola, tú sola
montada en los glóbulos de la sangre
como doncella maldita
transformas la dimensión
de las cosas.
La luna,
ese óvulo infecundo
cantado por los poetas
asume un rostro de virgen solitaria
mientras ruedan a sus pies
como cirios malditos
las estrellas.
Hambre:
cuando te metes en los pies del hombre,
cuando tus zancos
hacen oscilar los pasos
y el pulgar, comandante
nombrado en auxilio
orienta el camino hacia el alba
donde, quizá un sacristán me otorgue
un lugar de privilegio
en la escalinata de mármol.
Es casi la aurora.
Sacudiré las migas
de mi sueño vertical
y me iré a incorporar
a la luz del día:
quizá entre sus rayos verticales
se deslice una limosna.
Vamos:
Uruguay,
Argentina,
Brasil,
Bolivia,
América,
en procesión geográfica
con los pies del tambor,
con el son,
con el son,
con el son,
con el son común del hambre.
Judith Almassi
Revista literaria Son Nº 3 Montevideo, 1971
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