José Miguel Pallejá es uno de esos artistas uruguayos de fines del siglo XIX que estableció el pasaje del naturalismo a la modernidad, con ráfagas moderadas dentro de la naciente corriente impresionista.
Por Nelson Di Maggio |
Montevideano nacido en 1861, el mismo año que Pedro Figari, contrariando los deseos paternos de seguir la carrera de medicina, impuso finalmente su vocación manifestada desde niño por el dibujo y consiguió la aprobación familiar de estudiar con los maestros Julio Freire y Felipe Parra, dibujo y pintura.
Prefirió siempre el retrato y el autorretrato, su obra maestra, aunque no descuidó el paisaje y los interiores domésticos. Viajó a Europa en 1879, estudiando en Barcelona durante dos años para luego marchar a París en 1881 vinculándose al taller de Olivier Merson durante un año y más tarde recorrer toda Italia, regresar a París y al término de tres años, encontrarse nuevamente en Montevideo.
Su obra, exhibida en diversos lugares, tuvo buena acogida por parte de los escritores de la época (Juan Zorrilla de San Martín, Carlos Roxlo, Daniel Muñoz, Guido Spano, entre otros).
Vinculado a Buenos Aires, fue invitado a realizar las primeras pinturas murales del Río de la Plata, en 1886, en la Quinta Lezama, hoy sede del Museo Histórico Nacional. Esa obra ocupaba el hall de la quinta y Pallejá desplegó diversas alegorías sobre la pìntura, la música y la historia, clásicas y modernas, que posteriormente fueron encaladas hasta desaparecer.
Quedaron los bocetos, varios de ellos divulgados en publicaciones nacionales, muchos de enorme sensibilidad en su aspecto decorativo. La tuberculosis, la enfermedad de la época, se instaló en el ya frágil cuerpo de Pallejá y siguió rumbo a Europa, buscando mitigar en París, en estaciones termales, en Barcelona su dolorosa situación. Falleció en la Ciudad Condal en 1887, joven aún, como tantos otros artistas nacionales, a los 26 años.
El Museo Blanes, después de casi medio siglo de incorporada a su acervo, muestra por primera vez parte de la colección de cuadros y dibujos de José Miguel Pallejá. La colección proviene de sus descendientes argentinos (hay obras fundamentales en un coleccionista de la Av. Libertador) y fue impulsada por el escultor José Luís Zorrilla de San Martín y gestionada por quien escribe estas líneas. Adquirida por las autoridades municipales en el año del centenario de su nacimiento, no se logró, empero, exhibirlas al público.
El único contacto con la obra de Pallejá se tuvo en el salón de Exposiciones del Subterráneo Municipal en la serie Pintores del Uruguay. Generaciones jóvenes del pasado, en 1957. En esa exposición se conoció el admirable Autorretrato, perteneciente al Museo Histórico Nacional (Casa Giró). Su obra pictórica y dibujística, dispersa en museos y colecciones de Montevideo, Paysandú y Buenos Aires, merecía una revisión amplia.
Por ahora hay que contentarse con la muestra del Museo Blanes, en su mayoría dibujos (el museo posee más de 200), pequeños apuntes de deliciosa factura que recorre una sensibilidad afín a la de Carlos F. Sáez (sería interesante un paralelismo entre ambos dibujantes). Pallejá se liberó del naturalismo académico y registró con intensidad el romanticismo aunque no estuvo ajeno al naciente impresionismo, muy visible en los dibujos y en el pequeño óleo La esquila, con sus pinceladas sueltas. El coleccionista porteño Porcel, posee algunos cuadros, uno de fuerte contenido abstracto.
El catálogo, pobremente diseñado, tiene un texto de María Eugenia Grau. No tuvo en cuenta muchas de las colecciones existentes (hasta se conserva un mechón de su cabello), ni los numerosos artículos y fotografías publicados (el Suplemento Familiar de El Día, en Época, en LA REPUBLICA, en Capítulo Oriental) así como la aparición en una casa de subasta de un excelente dibujo a tinta, uno de los apuntes para la decoración de la Quinta Lezama. No es, por cierto, un ejemplo de investigación cuidadosa y hasta cabe suponer, en sus omisiones, deliberadamente parcial.
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