A Fernando Cabrera le gusta
dejarse llevar. Ir con la corriente. Incluso, jugar a hacer lo contrario a lo
que desearía. Dejar que, al menos de un modo inconsciente, resuelvan los demás.
Quizás por eso dice que su madre, Norah, y su profesora de guitarra, Noemí
Porratti, determinaron su vida. La primera lo llevó a estudiar ese instrumento
con solo seis años. La segunda lo inició en un camino que se convirtió en su
profesión, en su razón de ser, en su felicidad. En todo.
Por estos días Fernando Cabrera (55) está "en
shock". Cumple 35 años de carrera profesional y eso es difícil de asumir.
Le cuesta pensar que ya pasó en los escenarios más tiempo del que transcurrirá.
Esa es la "nueva ficha" que da vueltas por la cabeza de este
cantautor que transitó por un camino poco convencional: de lo complejo a lo
simple, de ser un músico de culto a volverse masivo, de ganar tranquilidad a
una altura de su trayectoria en la que muchos la pierden.
Detrás de ese shock hay en Cabrera varios niveles de
satisfacción y alegría. El crecimiento de su público -que él ubica de ocho o
diez años atrás a esta parte- le brinda tranquilidad profesional y económica,
pero también psicológica. "Es una satisfacción vinculada al hecho de creer
que no estaba tan equivocado, que no era malo lo que yo proponía", resume.
VOCACIÓN. De niño, en la casa
de Cabrera la música era habitual. En el tocadiscos Geloso sonaban Julio Sosa,
Héctor Mauré, Aníbal Troilo, el pianista estadounidense Eddy Duchin y el
español Alberto Closas. También se oía silbar con excelente afinación a su
madre temas como Garota de Ipanema y se escuchaban los tangos que ponía
Alfredo, su padre. Pero lo que sobre todo sonaba eran voces de niños: Fernando
es el mayor de ocho hermanos. Además, en frente vivían nueve primos y a pocas
cuadras cuatro primas. En total, "un batallón" de 21 chicos que se
criaron juntos en Paso Molino, experiencia que marcaría su vida.
Lo positivo es que desarrolló el espíritu de equipo, una
sensación que define como "un pequeño país dentro de un país donde todo se
comparte". Lo negativo - "sin acusar a nada ni a nadie", aclara-
es que la personalidad se desdibuja. "No hay sensación de individuo, todo
es compartido, se te trata como un colectivo. Creo que es inevitable, tenés que
ponerte en el lugar de una madre o un padre de ocho niños, no tenés más remedio
que inculcar el `todo para todos`, pero claro, nunca tenés nada propio".
Para Cabrera el costo de eso fue ser un niño que buscaba individualizarse,
incluso a través de la soledad, y el tornarse introspectivo, un herramienta que
juzga fundamental para el trabajo artístico.
Los cuadernos que traía de la escuela Maturana tienen una
particularidad. Al final de cada tarea, sin importar que fuera de geografía,
historia, una redacción o un ejercicio de aritmética había un dibujo. Son
variados, pero especialmente hay aviones y autos. Cabrera mantiene esa pasión,
aunque dice que no dibuja bien, y su madre aún conserva las carpetas con esos
trazos.
A ese niño que no manifestaba especial interés por la música
le trajeron una guitarra envuelta, un libro de pentagramas y un cuaderno de
solfeo. Era una época en la que un chico no discutía una elección de sus
mayores. Así que comenzó las clases. "No digo que me haya gustado desde un
comienzo. Al contrario, es muy árido. Me salían ampollas en los dedos, me costó
como un año de clases empezar a poner una posición y que sonara un acorde como
para que sonara una canción. Fue muy trabajoso, muy árido, fui muchos años a
clase. Un poco con ganas, otro poco sin ganas, como obedeciendo, como vas a la
escuela también".
Con ese espíritu de
obligatoriedad continuó cantando puertas adentro pero también en público. Su
profesora lo presentaba en espectáculos de todo tipo: canales de televisión,
fiestas, quermeses. Para él subirse al escenario era algo natural, como jugar
al fútbol o ir a la playa. Sin embargo, nunca fue muy comunicativo en sus
recitales. Él lo explica por ese trasfondo de timidez que siempre lo acompañó,
aunque con el paso de los años aprendió a manejarlo de otra forma. De todos
modos, prefiere el lugar del que escucha los cuentos al del que los hace.
Después, cerca de los 12 o 13 años nació ese amor por la
música que no lo abandonaría. "Entre mi madre y ella, mi profesora,
resolvieron mi vida de alguna manera. Yo después puse lo mío, seguí estudiando,
me seguí preocupando y apareció en mí la vocación, algo en lo que yo creí y
aposté".
Con el Bachillerato llegaron a la vida de Cabrera personas
que le cambiaron la cabeza. Su derrotero. Por esa época la música se mezclaba
con el estudio, pero también con el trabajo. El primero fue muy duro: en un
reparto de querosén en un camión. Después siguieron otros. Fue taxista unos dos
años y luego empezó a dar clases de guitarra en Montevideo, Colonia y San José.
También fue arreglador, productor y crítico musical y de espectáculos en
diversas publicaciones. Además, trabajó como copista de partituras para el
Sodre, cuando se escribía para cada atril las notas a mano, con tinta china,
perfectas.
Siempre vivió de la música. Lo que en los últimos años ganó
fueron menos sobresaltos y altibajos, y poder elegir a qué decir que no con
mayor libertad. Aunque con tantos amigos y conocidos, el "no" es algo
que dista de ser fácil.
CANCIONES. Fue a los 20 o 21
años que Cabrera pasó de ser un aficionado a tomarse la música en serio. Su
decisión no fue bien vista en su familia, que mostraba lejanía y frialdad
frente a las manifestaciones artísticas. Lo contrario a lo que él sentía.
"Tengo infinidad de intereses de todo tipo que no estaban presentes en mi
mundo familiar. Los encontré gracias a mi curiosidad y a personas que fui
conociendo".
Desde la infancia había tenido grupos, dúos, tríos,
conjuntos. Por eso no puede determinar un momento en que su carrera pasó a ser
profesional. Lo que sí es claro es que MonTRESvideo (1981), del trío del mismo
nombre, fue su primer disco. Después, vino otro grupo, (y otro disco) Baldío
(1983), mucho más eléctrico, con influencias beatleras y del jazz. A partir de
1984 es solista; ese año se edita El viento en la cara.
En el tiempo que transcurrió desde entonces Cabrera tocó con
muchísima gente "de un nivel increíble". Concretó el sueño de poder
conocer a quienes habían sido sus referentes, ídolos, personas que consideraba
"en otro planeta" como Eduardo Mateo, Ruben Rada y Daniel Viglietti,
y dio recitales con leyendas como Braulio López y Eduardo Darnauchans. Eso es
parte del agradecimiento que manifiesta una y otra vez. También es un
agradecido a los sellos discográficos, a los colegas, los medios de
comunicación y sobre todo a la sociedad uruguaya, que le permitió desarrollarse
como artista con absoluta libertad, aunque propusiera un producto que, él mismo
admite, nunca fue del todo fácil.
Cree que su voz -que a él
tampoco le gusta pero ama cantar- le jugó en contra durante años. Impidió que
mucha gente escuchara una canción suya por segunda vez. El cantante, entonces,
perjudicó al compositor, sostiene.
Ahora que es momento de balance Cabrera está satisfecho. Se
define como un perfeccionista (pero no obsesivo), muy poco adepto a los
sociales, semipasivo, un ser que tiene incorporada la aceptación. "Si el
viento cambia para allá voy con el viento para allá. No tengo el orgullo ese de
salirme con la mía".
Cabrera no se casó ni tuvo hijos. En eso influye el destino,
la suerte y quizás el no tener facilidad para formar y mantener una pareja.
Dice que no le pesa, puede que porque las experiencias que tuvo no fueron del
todo buenas. De todos modos, es un terreno en el que "nunca se sabe"
qué pueda suceder en el futuro, admite.
Hoy componer es lo que lo hace más feliz. Después siguen
tocar y grabar. Para los años que vienen su deseo es hacer una "enorme
cantidad de canciones", dar recitales - "lo más lindo que hay"-
y grabar discos. Ya tiene compuestos temas para que haya discos suyos por 25
años más. Canciones le sobran, dice. Igual va a seguir creando. Es que el
tiempo está después.
LLEGA INTRO, LOS POEMAS
En la casa de Fernando Cabrera, en Ciudad Vieja, hay
portalápices por todos lados. Hay en el living, en el dormitorio, hasta en la
cocina. Es que cuando viene una idea debe tener cómo anotarla. Al salir a la
calle siempre lleva al menos una lapicera. Dónde anotar se consigue más fácil,
dice. Y sonríe. Otra de las características de Cabrera. Sonríe mucho, con la
boca y también con los ojos. La mayoría de las veces le viene a la mente
primero una idea de una letra que su música. Puede estar meses trabajándola,
corrigiéndola. La deja descansar unos días y la retoma. "Ese estado es para
mí el más maravilloso de la vida", dice. Además de componer canciones,
Cabrera escribe poemas desde los 12 o 13 años. Hasta ahora no se había animado
a publicarlos (salvo unos pocos en el libro 56 canciones y un diálogo). Eso
cambiará el 1° de septiembre cuando se edite Intro, un libro de 65 poemas de
Cabrera, un lenguaje que le permite más libertad. Contiene además un DVD
grabado en el mítico estudio Ion de Buenos Aires, con temas que recorren su
extensa trayectoria. Intro será presentado el 1° y 2 de septiembre en el Teatro
Solís. Además, prepara para el otoño un disco con temas nuevos.
SUS COSAS
Un orgullo
"Yo escucho MonTRESvideo hoy y me llena de orgullo,
porque me parece tan peculiar, no se parece a nada; no se puede decir `es
heredero de tal cosa`. Es increíble la armonía, las voces, la forma de tocar la
guitarra", dice Cabrera de su primer disco. Es una excepción porque en
general escucha sus obras muy cada tanto.
Un lugar
Fernando Cabrera vive en la Ciudad Vieja, en un apartamento
con vista a la bahía y al Cerro de Montevideo. "Vivo en esa fantasía de
que es el lugar fundacional donde todo se origina, me gusta mucho la historia.
Ahora está todo lleno de edificios, pero yo veo como si estuviera todavía la
península, juego con eso".
Una pasión
Cabrera es un lector nato, es su mayor entretenimiento, un
verdadero disfrute. Leyó mucho literatura, tanto narrativa como poesía de
diversos países, ciencias sociales, historia, ensayos, política y crítica
literaria. "Ahora estoy leyendo, más bien estudiando, el tango desde sus
comienzos", cuenta.
DEBORAH FRIEDMANN
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